Él llegó a comerse unos tacos — Lo que pasó después te va a sorprender

La ciudad está llena de historias conmovedoras, llenas de inspiración y sentido humano. Este reportero pudo ser testigo de uno de esos momentos que llegan hasta el alma.

Sucedió la noche de ayer, cuando al salir de la redacción de El Dizque, pasé a cenar a un puesto de tacos de bistec, longaniza y chuleta.

Entonces, un joven de evidente buen nivel económico, vestido de traje, se detuvo frente al puesto de lámina. Me saludo, presumiendo un puesto ejecutivo en una empresa de alimentos, y posteriormente pidió dos tacos de bistec con todo. Sonriente, el taquero se los preparó con nopalitos, papas y cebolla asada, pero a diferencia de otros taqueros, les echó una pizca de cilantro, algo que se estila más bien con los de carnitas, suadero o barbacoa.

El joven se le quedó viendo al taquero, suspiró, y dijo conmovido:

“Mi padre solía hacer lo mismo… Él también era un humilde taquero, pero no quiso que nosotros siguiéramos sin estudiar. Él solo, trabajando día y noche en su puesto, consiguió que todos tuviéramos una carrera universitaria”.

Limpiándose una incipiente lágrima con un pedazo de papel de estraza que hacía las veces de servilleta, el joven continuó: “Muchas veces me he dado cuenta que no se lo agradecí como debía. Él le ponía cilantro a los tacos de bistec, porque decía que en esos pequeños detalles era en lo que uno mostraba el interés por los clientes y el amor al trabajo”.

El taquero vio al joven a los ojos, y lanzando un profundo suspiro, le respondió.

“¡Ay, hijo mío! ¡Seguro estuviste chupando otra vez, cabrón! ¡Métete a la casa y date un baño a ver si se te baja! Y te me vienes a ayudarme en el puesto. ¡A ver si te sirve de algo la maestría en criogenia para ponerle hielo a los refrescos!”.

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